Hemos
celebrado con gran alegría, en toda la Iglesia universal, la conmemoración del
nacimiento del Señor Jesús. Confiados en que todos nuestros hermanos
parroquianos hayan pasado una linda navidad, les hacemos llegar un saludo
cordial. Y a quienes por razones distintas encontró tristeza en estas fechas,
les hacemos llegar un abrazo fraterno de mucha cercanía. Pero a todos les
animamos para encuentren regocijo y paz en quien siendo Dios se hizo hombre, el
Verbo de Dios.
¿Y,
cómo no regocijarse y encontrar la paz en el nacido en Belén? Si es el Salvador
del cada hombre, sin importar su raza, su edad, su cultura, su lengua, más aún
sin importar en qué época vivió, todos los hombres encuentran su salvación en
Jesús de Nazaret, nacido en Belén. Y esa verdad, la hemos conocido en la Epifanía
del Señor. Epifanía significa “manifestación”. Es en aquel momento, narrado por
el evangelista Mateo, el conocido pasaje de la visita de los magos de oriente,
en que la tradición de la Iglesia se ha apoyado para mostrarnos a Jesús como el
salvador de toda la humanidad.
Esta
visita histórica en los primeros días de vida del Emmanuel, Dios con nosotros,
es rica en simbología. Son magos, es decir hombres sabios, inteligentes,
conocedores de los misterios; de oriente, de tierras distintas a las de los judíos,
signo de universalidad, todos los hombres estamos allí presentes, adorando al
recién nacido, como seguramente lo hemos hecho el 24 de diciembre; son guiados
por una estrella, aquel acontecimiento sobrepasa lo terrenal, es una plena
manifestación de Dios al mundo entero y es un acontecimiento que trae luz, pero
no cualquier luz, es la luz que guía, que orienta, que muestra el camino
verdadero, es la luz que apaga las oscuridades y tinieblas de nuestros afanes
pasajeros y terrenales; y llevan tres regalos: oro, incienso y mirra; tres
regalos que nos dicen quien es ese que ha nacido en un pesebre. Oro: Jesús es
el rey del universo, no de un territorio, de una ciudad, de una cultura, de un
pueblo, no, es el rey de todo cuanto existe, de lo invisible y lo visible, Él
es el rey del universo. Incienso: nos muestran la divinidad de Jesús, Él es el
verdadero Dios, los magos, sabios, descubren en aquel humilde nacido a Dios en
persona. Mirra: signo del verdadero hombre, Jesús es el hombre por excelencia y
se abajó de tal manera que es uno como todos nosotros, un hombre que también
tenía que experimentar la muerte, como paso importante para abrir las puertas
de la vida eterna celestial, con la mirra embalsamaban a los difuntos, los
visitantes, nos deja ver que este recién nacido debía pasar por la muerte,
aunque fuera Dios, para anunciar al mundo que era verdaderamente hombre y así
que nos podía salvar.
Queridos
hermanos y hermanas, Dios ya se “manifestó” plenamente a cada uno de nosotros,
tenemos dos opciones, aceptarle o rechazarle. Si le aceptamos, nuestra vida
cambiará, será mejor, será plena, será divina. Si no, iremos en sentido
contrario a la felicidad y al amor. Dios nos propone, no nos impone, pero es
como elegir un vaso de cola en lugar del vaso de agua, nos causa daño pero no
es culpa del agua, sino de nuestra elección. Elegir es nuestro deber y asumir
la elección también. Feliz Epifanía.
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