Jesús respondió: “¿No han leído que el
Creador al principio los hizo varón y mujer y dijo: el varón dejará a su padre
y a su madre y se unirá con su mujer, y serán los dos una sola carne? De manera
que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios ha unido, no lo
separe el hombre”. Mateo
194-6
“Que ninguna familia comience en cualquier de repente”: esta exhortación tan sencilla, que la
encontramos en una canción a la familia, nos dice mucho. Algunos se preguntan
por qué hoy existen tantos divorcios, y la respuesta está en esa frase, porque
las familias comienzan en cualquier de
repente, la juventud no se da tiempo de conocerse; aquella realidad de
enamorados o de noviazgo ha ido pasando a un segundo plano.
El matrimonio necesita iniciar con el
conocimiento de la otra persona. Ya que el llamado a la vida matrimonial es el
llamado a la unidad con una sola persona, es el llamado a compartir lo positivo
y lo negativo de la existencia, es un llamado a lograr hacer de la existencia
una vida.
La vocación del matrimonio inicia
descubriendo que la otra persona es la indicada, que ella y no otra es “el
regalo” que Dios me quiere dar. “Regalo” que acojo con el sacramento del
matrimonio y con él mismo me comprometo a valorar, respetar, cuidar, admirar y
sobre todo amar el regalo de Dios. El amor es el fundamento que hace posible la
unidad de dos personas para toda la vida.
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