Por: Alberto León
Algo
común a todos los fieles de cualquiera de los sistemas religiosos del mundo es
que vivimos en una sociedad con una
cultura y una historia inseparable del hecho religioso en todos sus aspectos.
La
religión es la expresión primigenia de la toma de contacto del hombre con Dios.
Hay una gran diversidad de religiones, pero todas ellas son expresiones de un
mismo nivel de experiencia religiosa fundamental que aparecen como un hecho
humano vinculado con la historia de la humanidad. La experiencia religiosa se
expresa en rasgos diversos según el genio religioso de cada pueblo, que emerge de
forma connatural que ha sido en virtud del medio cultural que le es propio, en
cuya formación han intervenido tantos
factores: el modo de vida (agrícola, nómada, ganadero, etc.) el desarrollo
intelectual (el primitivo) que
corresponde a la mentalidad mítica, que apenas determina las ideas
universales de la experiencia sensible a diferencia del régimen más
evolucionado, de mayor capacidad abstractiva – simbólico más nocional y
abierta a la metafísica con un nivel de comportamiento moral más alto.
Todas
las religiones se expresan siempre en una triple dimensión: a) un cuerpo de
doctrina (teocosmogonía) b) un culto (eclesiologia), y c) un saber de salvación
(soteriología)[1].
Pero ese triple nivel de expresión de la experiencia religiosa, común a todas
las religiones, se diversifica en una tipología según el genio religioso de
cada pueblo. Esas tres vías "metódicas" darían origen a una
diversidad en el modo de concebir y de relacionarse con la Divinidad, según la
diversa configuración de la "forma de pensar" de cada pueblo. A la
vez el proceso de revelación se va
consolidando pasando desde un sistema religioso politeísta a un sistema religioso monoteísta, con un Dios personal, Hoy
día se afirma generalmente que los hebreos fueron los primeros en oponer una
concepción lineal del tiempo a una concepción cíclica del mismo; fueron los
primeros en dar a la historia valor de epifanía de Dios. Por primera vez se
realiza en Israel el encuentro de la revelación con la historia. Fuera de
Israel no se encuentra la idea, sólidamente arraigada, de una sucesión de
acontecimientos temporales que abarcan el pasado, el presente y el futuro, y
que se desarrollan según una dirección y finalidad determinadas. Los antiguos
pueblos politeístas atienden sobre todo a la naturaleza.
El
hombre, atento al ritmo de los astros y de las estaciones (ritmo de nacimiento
y muerte), busca su seguridad integrándose en ese ritmo y en su repetición
anual. Las religiones de la India, de China, de Persia están centradas en una
sabiduría, mucho más que en la historia. A diferencia del pueblo judíos que
rompe con esta forma de ver la historia, dando paso más a delante al
cristianismo con una figura personal Jesucristo.
Los
cultos más evolucionados manejan un
lenguaje más abstracto– simbólico, tomado a Mircea Eleade, el simbolismo
religioso es multivalente y permite al hombre descubrir cierta unidad del mundo
que lo rodea y su lugar en él, es decir, aporta
una significación a la existencia humana[2],
donde símbolos, mitos y ritos se conectan formando un sistema representativo con asociaciones, nexos,
repeticiones, etc., que extienden el sentimiento de lo sagrado y en los que
señalaremos la presencia de la muerte y del más allá.
Por
consiguiente se puede decir que lo sagrado se revela en todas partes, en la
naturaleza, en el cosmos. Y así la humanidad, en sus largos años de andadura,
ha elaborado modelos y sistemas simbólicos, que configuran el lenguaje de lo
sagrado y que se encuentra en los símbolos y en el mito que aun hoy en día se
puede visualizar en la humanidad en sus distintas formas de culto en las
distintas religiones, en las que Dios se ha manifestado al hombre, se puede ver
que Dios sale al encuentro del hombre.
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