Padre
Nuestro que estás en el cielo
El judío, no había visualizado la dimensión paternal de
Dios, pues para el judío Dios acompañaba, corregía, exigía, pero no lo
concebían familiar con el hombre. Es Jesús quien revela que Dios es Padre e
invita a que nos dirijamos a Él como Padre, “Cuando
ustedes vayan a orar digan: Padre nuestro que estás en el cielo”. Y no es
que Nuestro Señor hiciera una proyección de la paternidad humana, de ninguna
manera; Dios es el origen de toda paternidad (Efesios 3, 14-15) su ser Padre
está en su misma naturaleza trinitaria, desde siempre es Padre del Hijo, en la
esencia misma de Dios se ha fundado la relación de Padre-Hijo (Hebreos 1,
1-14). La naturaleza paternal de Dios pertenece a su mismo ser.
Dios se ha mostrado a su pueblo como Padre (Éxodo 4,
22-23), Moisés entrega al pueblo un mensaje del Padre. Dios es Padre para los
que ha llamado a la existencia desde la creación (Isaías 63, 16; 64, 7); es a
su pueblo a los que cuida y custodia con infinito amor (Jeremías 31, 9), son
sus hijos a los que corrige (Proverbios 3, 1-2.12) es el Padre de la ternura y
de la protección (Salmo 27, 10; 103, 13, Eclesiástico 23, 1-4). Pero es en la
persona del Hijo infinito (Jesucristo) que la presencia de Dios como Padre es
más fuerte, solo debemos aceptarle (Juan 1, 12-13) y nacer en el Espíritu (Juan
3, 5), somos hijos en el Hijo (Gálatas 4, 4-5); de esta manera seremos herederos
de la gracia eterna (Romanos 8, 14-17; Juan 20, 17).
Como bautizados estamos llamados a buscar siempre
vivir en una relación familiar con Dios, no encontrarnos con él como con un amo
o verdugo, pues es el Padre, que nos amó primero (1 Juan 4, 19), nos escucha
(Mateo 6, 5-6),se preocupa de nuestras necesidades (Mateo 6, 25-33), que se
alegra cuando recapacitamos de nuestros errores (Lucas 15, 1-10), nos
recompensa por actuar bien (Mateo 6, 1-4). Pero sobre todo es el Padre que nos
propone una vida junto a él (Juan 14, 1-7).
Santificado
sea tu nombre
Orar, la
oración de Cristo Jesús, es unirnos a sus sentimientos más profundos. El primer
sentimiento que desvela Jesús, en su oración, después de proclamar la
paternidad divina, es santificado sea
tu nombre de Padre; este sentimiento es a su vez el primer anhelo del
Señor, que todos los hombres reconociendo a Dios como Padre, santifiquen su
nombre.
Lo
santificamos porque su bondad es infinita, nos mira con compasión infinita,
siempre está presente, nos ofrece su mano para levantarnos, sus brazos para
abrazarnos, su corazón para perdonarnos, su sabiduría para reorientarnos. Él
siempre quiere y busca nuestro bienestar. Es tan grande su amor que compartió
su poder depositándolo en nuestra libertad, permitiéndonos ser parte en la
construcción de su reino, ¿cómo no santificar su nombre de Padre?
Este anhelo
de Jesús, que el nombre de Dios Padre sea santificado, debemos apropiárnoslo y
acoger las palabras sabías de San Agustín:
Cuando decimos: santificado sea tu nombre nos incitamos
nosotros mismos a desear que su Nombre, que es siempre santo, también sea
tenido por santo por los hombres. Esto es, que no sea menospreciado, lo cual no
va en provecho de Dios, sino principalmente en provecho de los hombres.
Venga
a nosotros tu reino
El segundo
sentimiento de Jesús, develado en la oración que entrega a sus discípulos es, venga a nosotros tu reino, “Y cuando decimos: venga tu Reino, Reino
que, querámoslo o no nosotros, vendrá ciertamente, avivamos nuestro deseo de
que venga a nosotros y que nosotros merezcamos reinar en él.”[1].
El reino de
Dios es muy distinto al reino que pretenden constituir algunos con la
violencia, el maltrato, la imposición, la codicia, la discriminación, entre
otros males que deshumanizan por ser dueños del poder. Jesús quiere que el
Padre reine en nuestra vida pero como Padre, que su poder lo experimentemos en
la acogida, la justicia, la valoración, la solidaridad, la comunión, la
dignidad y la plena felicidad y realización personal.
Y Dios no
reinará entre nosotros si continuamos dándole mayor importancia a nuestros
deseos, impulsos o caprichos, olvidando fácilmente el valor que tiene nuestra
vida en sí; continuaremos deshumanizándonos y permitiendo que sea el mal el que
reine entre nosotros.
Quien se
apropia de este anhelo redentor, y ora con Jesús, “Venga a nosotros tu reino”,
debe comprometerse a vivir en la dimensión de la unidad, la paz y el amor; los
tres pilares para que el reino de Dios esté entre nosotros.
Hágase
tu voluntad en la tierra como en el cielo
El tercer
anhelo que nos presenta Nuestro Señor en la oración es “Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”; él sabe
que la única manera de darle una esperanza a la humanidad es en la obediencia a
la sabiduría innata, Dios Padre. Nuestro Señor Jesucristo es ejemplo de
obediencia, el apóstol nos recuerda, una obediencia hasta la muerte y una
muerte de cruz (Filipenses 2, 8).
Ser
obediente es permitirle a Dios que nos muestre el camino, que nos oriente, que
nos eduque. Y pudiéramos preguntarnos, ¿por qué necesitamos obedecer a Dios? y
la respuestas sería, porque Él tiene una mirada integral de la vida, no es
caprichoso ni se deja llevar por los impulsos, su voluntad mira nuestro
bienestar integral; a diferencia de nosotros, que para tomar una decisión, para
tomar una elección, nos dejamos guiar por los caprichos, por los deseos
pasajeros, por el interés personal. Decisiones o elecciones que luego traen
consigo negativos resultados.
Es el
momento de darnos la oportunidad de escuchar a Dios y obedecer a su voluntad,
por más que nos cueste comprender sus designios, asumir sus propuestas y
aceptar sus respuestas; pues siempre su voluntad tendrá contraposición con los
criterios humanos. Pero también siempre su voluntad buscará nuestro bienestar.
Continuemos
orando al Padre junto a Jesús para que la gracia del Espíritu Santo nos ayude a
ser obediente como los Ángeles en el cielo la alegría celestial la empecemos a
vivir aquí y ahora.
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