Danos
hoy el pan de cada día
Esta oración tan completa que entrega Jesús a sus
discípulos, el Padre Nuestro, luego de presentarnos sus tres anhelos:
Santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino y hágase tu voluntad; nos
encontramos con cuatro gritos de angustia de la humanidad, empezando con el
grito de hambre: “Danos hoy el pan de cada día”.
San Agustín decía, mientras reflexionaba este grito: “Cuando decimos: Danos hoy nuestro pan de
cada día entendemos que hoy significa el tiempo presente (esta vida
nuestra, nuestra historia), para el cual
pedimos nos conceda todo lo necesario, denominándolo con la palabra ‘pan’ como
la parte más noble e importante de todo lo que necesitamos (para alimentar
nuestra existencia de hijos). O también
decimos ‘pan’ para referirnos al Sacramento de los fieles (Eucaristía), que necesitamos en el tiempo pero no
solamente para el mero bienestar temporal sino para la felicidad eterna.”.
El reino de Dios es posible cuando el hambre no haga
parte en la vida de nadie, cuando podamos compartir nuestros bienes para que a
todos se les pueda anunciar la Palabra de Dios, alimento espiritual, porque ya
lo pueden acoger con mayor agrado, pues no tienen el sufrimiento que causa la
escasez, de la comida, el estudio, el techo y la recreación.
Perdona
nuestras ofensas como nosotros perdonamos
El segundo grito de la humanidad es la reconciliación,
solo con ella podemos hacer posible el reino de Dios, pero el perdón que nos
invita a pedir Jesús en la oración del Padre Nuestro goza de dos direcciones,
somos perdonados por Dios porque hemos logrado perdonar al hermano que nos ha
ofendido. “Cuando decimos: perdónanos
nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden nos movemos a
recapacitar tanto sobre lo que pedimos como sobre lo que en realidad
practicamos, para que se nos conceda recibir lo que pedimos.” (San
Agustín).
Necesitamos, como individuos, vivir el perdón como
remedio a tanto dolor y sufrimiento que nos acompaña. Es urgente consolidar las
relaciones en un clima de paz y alegría, para que las sociedades nos brinden el
gozo de la comunión. El perdón ayuda a sanar, construir, crecer y alimenta el
espíritu, por ello no podemos negarnos dar este paso de amor; venzamos los
egoísmos y los resentimientos que quizás han alimentado la ofensa recibida y
triunfemos sobre el orgullo que no nos permite pedir perdón a quien hemos
ofendido. Recordemos que Dios no quiere solo afianzar una filiación (relación
de Padre e hijo) sino también buscar que nosotros afiancemos una fraternidad
(relación de hermanos).
Quien se niega al perdón, a recibirlo o a ofrecerlo, se queda estancado,
enfermo y se va desgastando poco a poco. Quien perdona es quien primero sale
favorecido.
No
nos deje caer en tentación
La tentación es una realidad que vivimos todos y
tenemos que enfrentarla todos, el mismo Señor Jesús vivió la tentación del
maligno. Es así que es el tercer grito de la humanidad, pidiendo el auxilio
divino, No nos dejes caer en tentación. No es que esté sólo en la acción de
Dios el que no caigamos en la tentación, de él recibimos un auxilio, para ser más
fuertes, más firmes y vencer la tentación que se nos presenta; “Cuando decimos: No nos dejes entrar en la
tentación: nos damos ánimo para pedir esto, no sea que si cesase su auxilio, o
bien engañados consintiéramos en alguna tentación o bien sucumbiéramos a alguna
debilitados por la angustia.” (San Agustín).
Solos no podemos vencer la tentación, necesitamos
tener un aliado más fuerte y más sabio, Dios. La tentación disfraza el pecado,
nos lo muestra como agradable, bueno y sano, alejándonos así del reino de Dios.
Sin el auxilio de Dios caemos fácilmente y fácilmente vamos arruinando nuestra
vida. Y tengamos muy presente que la mayor tentación que se nos presenta es
anular a Dios de nuestra vida, creer que somos autosuficientes, que solos
podemos caminar en este mundo y vencer el mal que en él reina. Y luego tenemos
las tres tentaciones principales que ofrecen al hombre una vida sin dolor, sin
angustias y sin sufrimientos, pero claro está, nuevamente es un disfraz, son
tener, poder y placer.
Líbranos
de todo mal
El grito con mayor fuerza que eleva a Dios la
humanidad es el deseo de ser librada del mal, líbranos de todo mal. Jesús es
muy consciente de este grito y por eso no lo olvida en la bella oración del
Padre Nuestro.
“Cuando decimos: líbranos del Mal renovamos
la advertencia en que no estamos aún seguros en la posesión del bien, para que
dejemos de temer que nos sobrevenga el mal. Y esta última petición de la
oración del Señor abarca tanto, que el cristiano sea cual fuere la tribulación
a la que esté sometido, gime con esa fórmula, con ella derrama su llanto, de
ella parte, en ella se detiene y con ella culmina su oración.” (San Agustín).
El mal de este mundo nos agobia, nos desgasta y nos
desanima para continuar caminando en busca del bien supremo. Por eso lo
rechazamos con todas nuestras fuerzas y lo gritamos pidiendo la intervención
divina para que sea alejado de nuestra vida. Pero también tenemos la obligación
de tomar consciencia que en ocasiones somos nosotros, quienes hemos gritado
“líbranos del mal”, los que causamos el mal de este mundo o lo alimentamos o lo
impulsamos.
Es así que rezar el Padre Nuestro es comprometernos a
no darle espacio al mal de ninguna manera, ni aceptarlo cuando sea causado por
otros ni mucho menos ser nosotros propiciadores del mal. Siempre comprometidos
por el bien que viene de Dios y que es Dios mismo.
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