jueves, 17 de marzo de 2011

LA ORACIÓN COMO CAMINO DE FIDELIDAD

Objetivo:
Descubrir que la oración es el primer camino para entablar una relación personal con Dios, con el prójimo y conmigo mismo.

Desarrollo:
                        Cuando hablamos de la oración cristiana debemos revisar la oración de Jesús de Nazaret, él nos anima, nos educa, nos muestra la verdadera oración. Una oración que es de confianza y de íntima relación, estas entre otras: Lucas 3:22; Lucas 9:18; Lucas 9:29; Lucas 22:44.

La oración es una cuestión de fe y de relación

La fe nos lleva a buscar a Dios, nos abre el camino al amor, da respuesta a los interrogantes, dinamiza y transforma nuestra vida y se expresa por medio de una relación íntima con Dios y un gran respeto por los seres humanos y por la creación. La fe, la oración y el amor (las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad) van siempre de la mano. Crecer en uno de estos aspectos es favorecer el crecimiento en los otros. No obstante a veces constatamos que aunque empleamos muchas horas en estar con Dios, no  se dan muchos cambios en nuestra vida, el crecimiento en el amor es pobre y nuestra fe también es débil. ¿Por qué se da este fenómeno? Quizás seguimos viviendo con una fe impuesta, presupuesta, heredada y no asumida.

Y esto se da porque generalmente la educación para la vida y para la fe se ha basado en los dos principios del deseo (disfrute, premio, recompensa, cielo) y de la deuda (deber, obligación, castigo, condenación, infierno). Parece muy natural orientar la vida movidos por esos dos principios. De hecho millones de seres humanos han tenido esa experiencia. Pero esos principios entran rápidamente en crisis cuando se comienza a ejercer la libertad, cuando se encuentran razones para cambiar de actitud, cuando se va madurando.

La relación que dura y que se madura con las pruebas es la relación de amistad, apoyada en valores y especialmente en el amor. Recordemos la expresión de San Agustín: “Ama y haz lo que quieras - si te callas, hazlo por amor; si gritas, también hazlo por amor; si corriges, también por amor; si te abstienes, hazlo por amor. - Cuando la raíz del amor está dentro de nosotros sólo puede salir lo que es bueno”... (Homilía VII, párrafo 8)

Cuando la persona actúa por deseo o por miedo y no por convicción o por amor, puede caer en la doble moral de observar una conducta cuando cree que alguien la mira y otra cuando cree que nadie la mira. Puede caer también en el culto a su propia imagen, en el perfeccionismo, en la inseguridad por miedo a equivocarse.

En cambio la fe adulta se mueve por el amor, la respuesta coherente a una determinada vocación, la amistad verdadera, la certeza de que alguien, mayor que yo, me ama a pesar de mis incoherencias, la esperanza de que quien confía en Dios nunca será defraudado. Esa fe crece en un clima de relación periódica con Dios que es a la vez exigente y amoroso, Padre y Hermano, fuerza creativa que transforma y pura ternura que abraza.

Para salir del esquema “deseo-deber” es importante tratar de llegar al núcleo de nuestro ser, al centro de nosotros mismos, donde se esconden todos nuestros tesoros, donde hay una plenitud en germen y un campo de cultivo cuidado por el mismo Dios. Cuando contemplamos a Dios dentro de nosotros mismos, amándonos, aceptándonos como somos e invitándonos a crecer, ya no tenemos necesidad de competir con otros, de aparentar lo que no somos, de poseer obsesivamente, de controlarlo todo.

Cuando logramos sentir que somos como polluelos bajo las alas de la gallina, se cura nuestro miedo a ser desaprobados por los otros y ya no necesitamos buscar modelos ajenos para imitar. Al ir al fondo de nosotros mismos, donde habita Dios, comenzamos a trabajar seriamente en la búsqueda del amor, de la verdad y de la libertad, pasando así, progresivamente de una fe infantil e inmadura a una fe adulta.

El Umbral de la oración

No es oportuno entrar en oración apresuradamente, a la ligera con afanes. Tratemos de crearnos un umbral antes de comenzar nuestra experiencia de oración. La siguiente experiencia va progresivamente desde el umbral hasta la oración profunda.



Me abro a Dios

Me ubico en un lugar acogedor, adopto una buena posición corporal, es decir, una posición donde no haya ningún tipo de tensión muscular. Comienzo a respirar lentamente, tomando y expulsando el aire por la nariz, durante algunos minutos. Puedo convertir este ejercicio de respiración en oración: Al tomar aire digo mentalmente: “Jesús” y al expulsar el aire digo: “purifícame”. Me quedo un buen rato orando así. Luego sigo adelante.

Siento su presencia

Comienzo ahora a percibir los ruidos y sonidos que me rodean y descubro dentro de ellos la vida de Dios, su amor y su presencia. Alabo a Dios por todo eso. Consciente de la presencia amorosa de Dios, hago la señal de la cruz pausadamente, e invoco en voz baja a la Santísima Trinidad. Entro ya de lleno en el “santuario de la oración”.


Me dejo fascinar por su belleza


Observo una cualidad de Dios, por ejemplo su misericordia, o su paciencia, etc. y le alabo, le doy gracias y admiro su grandeza.



Le contemplo

Sigo disfrutando en silencio, de la presencia amorosa de Dios, me centro en Él, intento escucharlo sin razonamientos, sin muchas palabras, amándole intensamente. Paso así mucho tiempo… Al final, cuando vaya a terminar mi rato de oración, hago de nuevo un gesto bien claro de adoración, como la señal de la cruz, o una inclinación profunda, o digo pausadamente: Gloria al Padre que me creó, gloria al Hijo que me redimió y gloria al Espíritu Santo que me santificó…
Terminada mi oración regreso a mis actividades ordinarias.























Apuntes de la Semana de Oración
Mario Agudelo SDS

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