sábado, 8 de junio de 2013

¿Cómo entiendo la manifestación de Dios en la humanidad?

Por: Alberto  León

Algo común a todos los fieles de cualquiera de los sistemas religiosos del mundo es que vivimos  en una sociedad con una cultura y una historia inseparable del hecho religioso  en todos sus aspectos.

La religión es la expresión primigenia de la toma de contacto del hombre con Dios. Hay una gran diversidad de religiones, pero todas ellas son expresiones de un mismo nivel de experiencia religiosa fundamental que aparecen como un hecho humano vinculado con la historia de la humanidad. La experiencia religiosa se expresa en rasgos diversos según el genio religioso de cada pueblo, que emerge de forma connatural que ha sido en virtud del medio cultural que le es propio, en cuya formación han intervenido  tantos factores: el modo de vida (agrícola, nómada, ganadero, etc.) el desarrollo intelectual (el primitivo) que  corresponde a la mentalidad mítica, que apenas determina las ideas universales de la experiencia sensible a diferencia del régimen más evolucionado,  de mayor capacidad  abstractiva – simbólico más nocional y abierta a la metafísica con un nivel de comportamiento moral más alto.

Todas las religiones se expresan siempre en una triple dimensión: a) un cuerpo de doctrina (teocosmogonía) b) un culto (eclesiologia), y c) un saber de salvación (soteriología)[1]. Pero ese triple nivel de expresión de la experiencia religiosa, común a todas las religiones, se diversifica en una tipología según el genio religioso de cada pueblo. Esas tres vías "metódicas" darían origen a una diversidad en el modo de concebir y de relacionarse con la Divinidad, según la diversa configuración de la "forma de pensar" de cada pueblo. A la vez  el proceso de revelación se va consolidando pasando desde un sistema religioso politeísta a un sistema  religioso monoteísta, con un Dios personal, Hoy día se afirma generalmente que los hebreos fueron los primeros en oponer una concepción lineal del tiempo a una concepción cíclica del mismo; fueron los primeros en dar a la historia valor de epifanía de Dios. Por primera vez se realiza en Israel el encuentro de la revelación con la historia. Fuera de Israel no se encuentra la idea, sólidamente arraigada, de una sucesión de acontecimientos temporales que abarcan el pasado, el presente y el futuro, y que se desarrollan según una dirección y finalidad determinadas. Los antiguos pueblos politeístas atienden sobre todo a la naturaleza.

El hombre, atento al ritmo de los astros y de las estaciones (ritmo de nacimiento y muerte), busca su seguridad integrándose en ese ritmo y en su repetición anual. Las religiones de la India, de China, de Persia están centradas en una sabiduría, mucho más que en la historia. A diferencia del pueblo judíos que rompe con esta forma de ver la historia, dando paso más a delante al cristianismo con una figura personal Jesucristo.

Los cultos más  evolucionados manejan un lenguaje más  abstracto– simbólico,  tomado a Mircea Eleade, el simbolismo religioso es multivalente y permite al hombre descubrir cierta unidad del mundo que lo rodea y su lugar en él, es decir, aporta una significación a la existencia humana[2], donde símbolos, mitos y ritos se conectan formando un sistema  representativo con asociaciones, nexos, repeticiones, etc., que extienden el sentimiento de lo sagrado y en los que señalaremos la presencia de la muerte y del más allá.

Por consiguiente se puede decir que lo sagrado se revela en todas partes, en la naturaleza, en el cosmos. Y así la humanidad, en sus largos años de andadura, ha elaborado modelos y sistemas simbólicos, que configuran el lenguaje de lo sagrado y que se encuentra en los símbolos y en el mito que aun hoy en día se puede visualizar en la humanidad en sus distintas formas de culto en las distintas religiones, en las que Dios se ha manifestado al hombre, se puede ver que Dios sale al encuentro del hombre.




[1] Eliade, Mircea, Historia delas creencias y las ideas religiosas, vol. IV, Barcelona,  libro digital Paidós, 1999, p. 198.
[2]  En Eliade, Mircea, Mitos, sueños y misterios, Barcelona, Kairós, Libro digital, 1999, pág. 66. 

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