lunes, 10 de noviembre de 2014

Primera Parte del Padre Nuestro

Padre Nuestro que estás en el cielo

El judío, no había visualizado la dimensión paternal de Dios, pues para el judío Dios acompañaba, corregía, exigía, pero no lo concebían familiar con el hombre. Es Jesús quien revela que Dios es Padre e invita a que nos dirijamos a Él como Padre, “Cuando ustedes vayan a orar digan: Padre nuestro que estás en el cielo”. Y no es que Nuestro Señor hiciera una proyección de la paternidad humana, de ninguna manera; Dios es el origen de toda paternidad (Efesios 3, 14-15) su ser Padre está en su misma naturaleza trinitaria, desde siempre es Padre del Hijo, en la esencia misma de Dios se ha fundado la relación de Padre-Hijo (Hebreos 1, 1-14). La naturaleza paternal de Dios pertenece a su mismo ser.

Dios se ha mostrado a su pueblo como Padre (Éxodo 4, 22-23), Moisés entrega al pueblo un mensaje del Padre. Dios es Padre para los que ha llamado a la existencia desde la creación (Isaías 63, 16; 64, 7); es a su pueblo a los que cuida y custodia con infinito amor (Jeremías 31, 9), son sus hijos a los que corrige (Proverbios 3, 1-2.12) es el Padre de la ternura y de la protección (Salmo 27, 10; 103, 13, Eclesiástico 23, 1-4). Pero es en la persona del Hijo infinito (Jesucristo) que la presencia de Dios como Padre es más fuerte, solo debemos aceptarle (Juan 1, 12-13) y nacer en el Espíritu (Juan 3, 5), somos hijos en el Hijo (Gálatas 4, 4-5); de esta manera seremos herederos de la gracia eterna (Romanos 8, 14-17; Juan 20, 17).    


Como bautizados estamos llamados a buscar siempre vivir en una relación familiar con Dios, no encontrarnos con él como con un amo o verdugo, pues es el Padre, que nos amó primero (1 Juan 4, 19), nos escucha (Mateo 6, 5-6),se preocupa de nuestras necesidades (Mateo 6, 25-33), que se alegra cuando recapacitamos de nuestros errores (Lucas 15, 1-10), nos recompensa por actuar bien (Mateo 6, 1-4). Pero sobre todo es el Padre que nos propone una vida junto a él (Juan 14, 1-7).    

Santificado sea tu nombre 

Orar, la oración de Cristo Jesús, es unirnos a sus sentimientos más profundos. El primer sentimiento que desvela Jesús, en su oración, después de proclamar la paternidad divina, es santificado sea tu nombre de Padre; este sentimiento es a su vez el primer anhelo del Señor, que todos los hombres reconociendo a Dios como Padre, santifiquen su nombre.

Lo santificamos porque su bondad es infinita, nos mira con compasión infinita, siempre está presente, nos ofrece su mano para levantarnos, sus brazos para abrazarnos, su corazón para perdonarnos, su sabiduría para reorientarnos. Él siempre quiere y busca nuestro bienestar. Es tan grande su amor que compartió su poder depositándolo en nuestra libertad, permitiéndonos ser parte en la construcción de su reino, ¿cómo no santificar su nombre de Padre?

Este anhelo de Jesús, que el nombre de Dios Padre sea santificado, debemos apropiárnoslo y acoger las palabras sabías de San Agustín:

Cuando decimos: santificado sea tu nombre nos incitamos nosotros mismos a desear que su Nombre, que es siempre santo, también sea tenido por santo por los hombres. Esto es, que no sea menospreciado, lo cual no va en provecho de Dios, sino principalmente en provecho de los hombres.

Venga a nosotros tu reino

El segundo sentimiento de Jesús, develado en la oración que entrega a sus discípulos es, venga a nosotros tu reino, “Y cuando decimos: venga tu Reino, Reino que, querámoslo o no nosotros, vendrá ciertamente, avivamos nuestro deseo de que venga a nosotros y que nosotros merezcamos reinar en él.”[1].

El reino de Dios es muy distinto al reino que pretenden constituir algunos con la violencia, el maltrato, la imposición, la codicia, la discriminación, entre otros males que deshumanizan por ser dueños del poder. Jesús quiere que el Padre reine en nuestra vida pero como Padre, que su poder lo experimentemos en la acogida, la justicia, la valoración, la solidaridad, la comunión, la dignidad y la plena felicidad y realización personal.

Y Dios no reinará entre nosotros si continuamos dándole mayor importancia a nuestros deseos, impulsos o caprichos, olvidando fácilmente el valor que tiene nuestra vida en sí; continuaremos deshumanizándonos y permitiendo que sea el mal el que reine entre nosotros.

Quien se apropia de este anhelo redentor, y ora con Jesús, “Venga a nosotros tu reino”, debe comprometerse a vivir en la dimensión de la unidad, la paz y el amor; los tres pilares para que el reino de Dios esté entre nosotros.

Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo

El tercer anhelo que nos presenta Nuestro Señor en la oración es “Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”; él sabe que la única manera de darle una esperanza a la humanidad es en la obediencia a la sabiduría innata, Dios Padre. Nuestro Señor Jesucristo es ejemplo de obediencia, el apóstol nos recuerda, una obediencia hasta la muerte y una muerte de cruz (Filipenses 2, 8).

Ser obediente es permitirle a Dios que nos muestre el camino, que nos oriente, que nos eduque. Y pudiéramos preguntarnos, ¿por qué necesitamos obedecer a Dios? y la respuestas sería, porque Él tiene una mirada integral de la vida, no es caprichoso ni se deja llevar por los impulsos, su voluntad mira nuestro bienestar integral; a diferencia de nosotros, que para tomar una decisión, para tomar una elección, nos dejamos guiar por los caprichos, por los deseos pasajeros, por el interés personal. Decisiones o elecciones que luego traen consigo negativos resultados.

Es el momento de darnos la oportunidad de escuchar a Dios y obedecer a su voluntad, por más que nos cueste comprender sus designios, asumir sus propuestas y aceptar sus respuestas; pues siempre su voluntad tendrá contraposición con los criterios humanos. Pero también siempre su voluntad buscará nuestro bienestar.

Continuemos orando al Padre junto a Jesús para que la gracia del Espíritu Santo nos ayude a ser obediente como los Ángeles en el cielo la alegría celestial la empecemos a vivir aquí y ahora.  


[1] Explicación del Padre Nuestro por San Agustín. 

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