viernes, 3 de junio de 2011

LA PROTESTA PARA LA CRISIS

La esencia de la vida religiosa es la vida comunitaria y la vida comunitaria es la esencia del cristianismo. Por eso estoy seguro que todos los elementos de la vida comunitaria deben ser ayuda para la Iglesia de hoy. Es necesario que regresemos a los orígenes, no al ritualismo naciente, pues ese, a mi modo de ver, ha evolucionado y ha enriquecido la fe de la Iglesia, pero sí a la esencia de la vida cristiana. La crisis que padece la Iglesia hoy no es por curas pederastas, curas padres, curas ladrones, curas corruptos, entre otros, es porque hemos olvidado la esencia del cristianismo: es porque el amor no hace parte de nuestra vida, es porque a la jerarquía le gusta más los puestos que el servicio, es porque deseamos ser dueños de todo y a la vez de nada, es porque deseamos alejarnos del sufrimiento de la cruz, es porque el crecimiento que deseamos no es humano o/y espiritual sino de bienes o/y poder.
Todos esos olvidos son los causantes de la crisis de la Iglesia, y hoy como ayer la vida religiosa debe convertirse en protesta. La protesta en la que los fieles perciban el espíritu de Jesús. Los elementos de la vida comunitaria son fundamentales en esa protesta, no es menesteroso salir a las calle o a las plazas a gritar que Jesús está vivo, solo hay que vivir el deseo de Jesús de una sociedad mejor.
El amor debe lograr “desbancar” a la envidia, al egoísmo, la competitividad. Pues el amor no gusta solo del triunfo personal sino comunitario, todo triunfo personal nos lleva al éxito comunitario.  En la medida que la institución eclesial reconozca que todos podemos aportar mucho al crecimiento del proyecto del Reino de Dios, todo será distinto. Pues no son los obispos los únicos que tienen la verdad en las manos, ellos deben saber que tiene la obligación de darle paso a todos aquellos que brindan luces correctas para que Dios esté presente en la vida de los ciudadanos.
El amor solo puede percibirse en un verdadero servicio, un servicio que da paso a aquellos que hacen algo mejor que yo. Servir no es solo hacer algo, sino reconocer cuando yo no cuento con las capacidades o los dones para hacerlo bien y doy paso a otro o me esfuerzo por hacerlo mejor. La jerarquía se ha acomodado tanto en los escritorios que se ha olvidado de servir y de servir con excelencia. En la vida comunitaria logramos conocernos tanto, o por lo menos es el deseo, que podemos encomendar misiones desde los dones que cada uno ha desarrollado con mayor gusto.
Cuando los llamados con nombre propio realizamos un desprendimiento de lo efímero, y logramos ver los bienes como un medio para lograr una vida digna, una vida espiritual, una vida completa y una vida que se pone en servicio, allí no hay nada que nos ate para vivir el evangelio. La vida comunitaria nos permite gozar, es decir, disfrutar de las cosas de este mundo sin sentirnos dueños y señores de ellas. El desprendimiento es fundamental para que la crisis de la Iglesia sea historia.
Pero esa crisis todavía no es historia porque desprendernos equivale a esfuerzo, y la mentalidad contemporánea rechaza todo esfuerzo. El esfuerzo trae ciertos sufrimientos y el sufrimiento por crecimiento no es bien visto, es más valorado lo que alcanzo con trampas, engaños, zancadillas y otras mil formas de que mi prójimo sea el derrotado y no yo. De allí que la vida comunitaria nos fortalece para sufrir en el crecimiento: espiritual, humano, académico, deportivo, laboral. Pero muchos en la Iglesia, que piensan igual que el resto del mundo, no se esfuerzan sino para defenderse de que sus intereses sean perjudicados.
Por último quiero puntualizar que nuestra vida comunitaria hace mucho énfasis en la maduración humana no solo práctica. De allí que nuestras ciencias estudiadas son humanas y no exactas. La vida en comunidad nos permite interiorizar nuestra realidad de seres pensante, de seres de sentimientos, de seres soñadores, de seres creadores. La Iglesia le ha entregado al mundo muchos administradores: de sacramentos y parroquiales y quizá muchos empleados, y eso ha causado daño, pues ha faltado entregarles discípulos, cristianos, enamorados de Jesús. La vida comunitaria se esfuerza para que sean discípulos, cristianos, enamorados de Jesús los que lleguen a las parroquias y campos de pastoral.
Por tanto el amor, el servicio, el desprendimiento, el sufrimiento y la maduración humana son algunos de los elementos de la vida comunitaria que ayudarían a la crisis de la Iglesia. Cuando uno cree, sin duda alguna, que el proyecto de Jesús es liberador y concede plenitud de vida, no puede pensar en rechazarlo, en abandonarlo o en sencillamente dejarlo pasar por al frente como si nada. Y si no lo deja pasar pues lo vive y cuando lo vive contagia y cuando contagia involucra a otros. Esa es la meta de la vida comunitaria contagiar e involucrar a otros, esa es una verdadera protesta.
Por: Alejandro Perdomo SDS

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